¿Crampones o balón? (meditación de las dos banderas ignacianas)
Ismael soñó como
cualquier niño. Y siguió la estela
de sus sueños
como cualquier niño que quiere
ser deportista. Llegó con 16
años al equipo de su
vida y alcanzó
la cima del
baloncesto con la
conquista con el
Real Madrid en
la Copa de
Europa de 1995. Tras
14 años en
el club de sus
amores, siendo capitán
y con dos
años de contrato
por delante todavía,
sorprendió a todos con
su salida del
Madrid “por motivos no deportivos”. Con 31
años Ismael encontró en el montañismo, en el
alpinismo el silencio para
la reconstrucción de su vida,
y después de coronar
decenas de cumbres, se descubrió
a sí
mismo y la
dimensión emocional y espiritual del deporte.
Regresó a España después de
tres lustros fuera.
La mayoría de ellos
perdido en medio de
aquellas bellezas de
los Alpes suizos:
“Con 16 años llegué a un vestuario en el que estaban Fernando Martín, Petrovic, Llorente, Romay, Biriukov…gente acostumbrada a vivir en una presión constante, la de los campeones, en la exigencia de ganar cada día. Mi salida del Madrid fue por un tema personal, no deportivo. Soy un romántico del baloncesto pero me fui desenamorando poco a poco ante tanta presión. Fue un trauma. Crecí viendo a Corbalán, contra Solozabal, a Epi contra Itu, a Martin contra Noriris, creía en lo que encarnaba cada jugador y en transmitir valores. Me lo cortaron de raíz, y aunque fue doloroso, resultó también la ventana a una nueva vida. Lo viví como una tragedia pero al final fue un regalo. Pasado el tiempo me desenamoré del resultadismo. La exigencia y la excesiva competitividad son necesarias para crecer pero no es una manera sana de vivir permanentemente en ella. Los deportistas somos personas, no máquinas. La mayoría de los deportistas se están perdiendo un 50% de lo que podrían dar porque solo se trabaja la parte física , y en ocasiones, la mental. Lo emocional y lo espiritual es lo que nos hace especiales, lo que nos hace preguntarnos por el sentido de nuestras vidas. El deporte profesional a veces crea autómatas y coarta la esencia.
Solo conozco a
un entrenador, Phil
Jackson, que profundizó
en la inteligencia espiritual dentro del
deporte profesional. Aquellos Bulls
tenían al mejor
jugador de la
historia, Michael Jordan, pero también tenían una mística
especial. No hay
psicólogos que cultiven esas
parcelas. Hay muchas salidas de
tono y poca
reflexión. Es una incongruencia
que gente que gana
tanto dinero y a
la que se
le exige tanto
tenga tantas carencias. En
la montaña descubrí que
lo importante es el
proceso. Si tú quieres
coronar una cima
puedes coger un
helicóptero, o unos
profesionales que te
ponen en la
cumbre, para hacerte una foto,
pero es imposible
transmitir nada si
no ha habido
sufrimiento, dudas, reflexiones. El
camino, llegues o no
a la
cima, es lo que
te hace crecer.
Me hice la travesía
del “desierto de mi
vida” en la montaña. Vi
mis limites, me
sentí vulnerable fuera del
mi entorno y aprendí mucho
empezando de cero. El
tesoro de lo vivido está
por encima del
valor de lo
estudiado.”
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