Siempre me impresionó
en aquella entrevista
que un día
le hicieron al
gran dibujante de chistes Forges, en la
que aseguraba que
un día uno
de los seguidores
de sus viñetas cómicas
en uno de
los grandes periódicos
del país, le había llamado
para agradecerle emocionando
y llorando que
habiendo decidido por
problemas personales quitarse
la vida, al
ver uno de
aquellos chistes suyos también (que casualidad)
de uno que
iba a suicidarse, y hacerle
reír, decidió “apuntarse
para siempre a
la vida”. El otro día también
un conocido crítico de
cine, en la voz
de Almería, Carlos Aguilera, se
hacía una pregunta
clave en su
columna: ¿Podría una película
tener el poder
de cambiarnos la vida?
Analiza que en
Italia, un hombre
decidido a suicidarse
cambió de opinión al ver
una película. La película
era Sacrificio, del director
Andrei Tarkovski. Considerado
como uno de los más influyentes
autores del cine ruso y uno de
los creadores de
la historia del cine
más importante. De nuevo
la pregunta: ¿Cómo una
película tiene el
poder de generar
un cambio interior de
tal magnitud?. De alguna
forma, el relato
audiovisual logró engancharle con aquella parte que
aún seguía libre
de la maraña
de circunstancias que oscurecían
su vida hasta
ese punto. Son los hechos
registrados en unos
fotogramas lo que propiciaron
en dicho espectador una
nueva forma de relacionarse
con la realidad.
Actualmente el lenguaje
audiovisual es el más extendido
y la potencia
de la narración
visual es incuestionable. Los jóvenes de
hoy no resisten
ni un minuto
atentos si se
les habla de
valores morales, religiosos
o cívicos; los
perciben como si no
tuvieran nada que
ver con ellos, con sus
vidas, con sus problemas
o con sus
sueños. Al minuto desconectan
y vuelven a coger los
auriculares de su
burbuja social de moda: Snapchat,
Instagran o Facebook ¿De qué sirve
continuar un discurso
con alguien que
no está presente? Aun así la
utilización de películas
o series de televisión reflejan el
enorme poder icónico de
unas imágenes que
son “carne” del imaginario
social. El cine, con
sus historias y
personajes inolvidables, nos
presenta las nuevas
parábolas (ya lo
hacía Jesucristo de
forma muy sencilla
para personificar sus
relatos) desde las que
explicar y personificar
las grandes verdades
de la vida.
Con
la trilogía de El padrino de Coppola se
puede hablar de
antropología humana; con la
trilogía de Toy Story un pequeño tratado
sobre ética; con
las lágrimas que se pierden en
la lluvia de Blade Runner o
con la hermosa
canción de ópera que
atraviesa todo el campo de concentración en La vida
es bella podríamos hablar
del anhelo de belleza
e infinito que
hay en el
corazón del hombre; también podríamos
recurrir a los
superhéroes y dialogar
sobre qué es
la identidad, cual es
el valor del talento o la
importancia de tener una misión
en la vida
(porque hay personas
que cuando la
vida se les plantea
como un gran
absurdo pierden la
brújula de qué
están haciendo en
este apocalíptico paseo
que puede ser
la vida si no
le encontramos sentido: quien tiene
un porqué para
vivir encontrará sin duda
un cómo hacerlo). Y
aunque podemos seguir
siempre con nuestro discurso siempre
anacrónico y distante…¿de qué
sirve un mensaje,
por valioso que
sea, si el
público no lo
percibe como necesario
para sus vidas?
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