Lo narra Leon Tolstoi: “Un hombre
rico y emprendedor
que se hallaba
en aquella isla
paradisiaca de turismo
y en vacaciones,
se detuvo en
el muelle junto
a un pescador que
estaba tranquilamente recostado
junto a su barca
contemplando el mar
y fumando apaciblemente
su pipa después
de haber vendido
el pescado.
-¿Por qué no has
salido hoy a pescar? -le
preguntó aquel hombre
empresario y emprendedor.
-Porque ya he
pescado bastante por
hoy -respondió el apacible
pescador.
-¿Y por qué
no pescas más y así vas
mejorando tu nivel
de vida y
el de tu
familia, te compras
posesiones, otra casa
mejor y puedes vivir más tranquilo?
-insistió aquel hombre
emprendedor.
-¿Y qué iba
a hacer con ello -preguntó a
su vez el
pescador.
-Pues hombre, eso… ganarías
más dinero y
podrías poner un
motor nuevo y más potente
a tu barca. Y
podrías ir a
aguas más profundas
y pescar más
peces. Ganarías lo suficiente
para comprarte mejores
redes de nylon,
con las que sacarías
más peces y más dinero.
Pronto ganarías para
tener dos barcas… Y hasta podrías
montar una verdadera
flota pesquera.
Entonces serías
rico y poderoso
como yo.
-¿Y qué haría
entonces? -preguntó de nuevo el pescador
poco convencido.
-¡!Podrías sentarte y
disfrutar de la
vida¡! -respondió el
industrial emprendedor.
-Y qué cree
Usted que estoy
haciendo en este
preciso momento? -respondió sonriendo
el
apacible pescador.
DIJO
CRISTINA ONASSIS, ENTONCES
LA MUJER MÁS
RICA DEL MUNDO: “SOY
TAN POBRE QUE
SOLAMENTE TENGO DINERO”.
Y AL POCO
ACABÓ SUICIDÁNDOSE.
A Sócrates le
gustaba recorrer los
puestos de los
mercados los días
de feria y
cuando iba pasando
por cada uno
de ellos, le decía al
pobre vendedor: “Este paseo
por el mercado
me sirve para
constatar la inmensa
cantidad de cosas
que no necesito
para ser feliz”.
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