Creo que
sería bueno dedicar
en nuestras paradas
al caer la
tarde, al finalizar el día un ratito al menos
para recordar ese
niño que fuimos
y ese niño
“grande” que de alguna manera
llevamos encerrado en el adulto
que hoy somos. Dedicarle tiempo
a nuestro niño, el
que fuimos. Rastrear nuestras
emociones. Contemplarlas como decía la
vieja escuela de Bernier (el PAN) desde el
mundo del padre, del
adulto…e incluso desde
el niño que fuimos. El niño sumiso
o el niño
rebelde. Ponerlo en diálogo,
a ese niño
con nuestro mundo
de adulto, con nuestro
mundo del padre,
porque de ese
diálogo interior de
expresar emociones siempre
saldrán cosas muy
positivas para nuestra serenidad emocional. Me
permito recomendar hoy
un libro importante en
ese aspecto el
de un joven
profesor como es
José Antonio Sande.
Su libro Comprender y educar las emociones infantiles.
Para José Antonio Sande
la educación emocional
es una de
las asignaturas pendientes, tanto en
el sistema educativo
como por parte
de los propios
padres. Si a un
niño o niña hay
que enseñarle a comer, a
vestirse o a
leer, todo ello
no es menos
importante que enseñarle
a expresar sentimientos.
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